A las siete y media habíamos quedado en el punto de encuentro: yo. Llegaron algunos acompañados de sus padres, otra acompañada de Rubenny, otro acompañado por Rocío, que es como levantarte con un pequeño hurón. Nadie pudo evitar el cigarrillo nervioso de antes del autocar, la espera de la salida se hizo en un corro donde charlábamos.
Montarnos fue muy fácil y en el autocar apenas hay mencionable excepto cuando nos dirigimos a los asientos traseros. Poco más.
El autocar es un mundo especial, donde la gente consigue dormirse por más que el traqueteo de las ruedas y la vibración- que sé que a algunas les gusta- de todo ese imponente aparato, también es posible hacer reír y ser insultado a voz en grito. Jose intenta que no se insulte a su pelo, pero esto es imposible. Se escucha reír a Ángela, que consigue callarme un par de veces. Rocía recibe mis balazos. En la parte de delante son unos muermos. Incluso cuando Jose quita una bolsa a Eli, ella se cabrea y viene a por ella, sin darnos tiempo a pedir un rescate. Sale la expresión gitana blanca y se busca la respuesta de Pili gritando una y otra vez la que fue la palabra del viaje: autobúuuuuuuuuuuuuuuuus.
Poco más en las tres horas de autocar.
Comienza el viaje a Granada: apriétense el latiguillo de las bragas.
lunes, 29 de enero de 2007
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